jueves, 16 de febrero de 2012

Relato encadenado

Las manos y sus gestos apoyaban siempre sus palabras. A veces se las frotaba, otras las anudaba. En ocasiones, las ponía delante del pecho o con los brazos abiertos o cruzadas o enfrente con la palma hacia abajo o en la barbilla o en los bolsillos…Comentaba que Hipócrates siempre hablaba de lo importante que era examinarlas. Y entonces Enrique abría un bote de líquido, se ponía un poco en las manos, se las frotaba y decía “¡qué fácil es tener las manos limpias!. Y seguía: ¡se eliminan el 99% de los microorganismos! Fácil, ¿no? Y en menos de 30 segundos. Ya desde pequeñito su madre se encargó de que se le quedara grabada la frase "¡lávate las manos en cuanto llegues de la calle!" y así lo hacía, siempre, sin excepción ¡ay que sería de nosotros sin esas madres y sus "coletillas"! Y en menos de 30 segundos. Porque tal como vivimos hoy en día, el factor tiempo se ha convertido en un bien más bien escaso. Cuando me piden algo, a veces pienso: ¿cuánto tiempo me va a llevar hacer eso?, ¿tendré tiempo para hacerlo?. Vivimos atrapados en la cárcel del tiempo. Sin embargo, 30 segundos no son prácticamente nada y en cambio, lo que podemos ganar con una buena higiene de manos puede ser mucho. Es cuestión de ponerse a ello para conseguir que esos bichos a los que llamamos multiresistentes no produzcan infecciones. Es una práctica sencilla, igual de sencillo que, al estornudar, usar el brazo doblado para "recogerlo", en lugar de las manos. Enrique trabajaba en un centro sanitario. Siempre que empezaba a trabajar allí una nueva compañera o compañero, le gustaba ver cómo se lavaba las manos. Enrique decía que se puede conocer mucho de una persona por la forma en que acomete el lavado de manos. Hay quién...

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